Traducción de óperas: un puente entre culturas y lenguas.
Contra todo pronóstico, en un ambiente que dejaba mucho que desear, la noche del 30 de diciembre de 1905 el público hizo que el estreno fuera un verdadero triunfo. Ya desde el final del primer acto, tres veces repetido, los empresarios empezaron a tratar de conseguir los derechos de representación de esta nueva opereta.
5/8/20242 min read


Traducción de óperas
Contra todo pronóstico, en un ambiente que dejaba mucho que desear, la noche del 30 de diciembre de 1905 el público hizo que el estreno fuera un verdadero triunfo. Ya desde el final del primer acto, tres veces repetido, los empresarios empezaron a tratar de conseguir los derechos de representación de esta nueva opereta.
La obra se mantuvo en cartel durante un mes con todas las entradas vendidas que sólo podían conseguirse por un público ávido de descubrir esta «Viuda alegre» que hace enmudecer a los murmuradores y a los insidiosos.
Este triunfo, uno de los más importantes en la carrera de Lehár, continuaría durante varios años todavía. El 4 de enero de 1907, es decir, a un año de su estreno, ya alcanza las trescientas representaciones, y llegará a las cuatrocientas en abril. Al finalizar el primer decenio del siglo se alcanzaron las dieciocho mil representaciones.
Desde que el telón se levanta, te sientes embobado por el encanto de la música, y la magia no hace más que crecer a medida que la acción avanza con la entrada de Hanna, con la de Danilo, con los dúos de Camille y Valencienne, para llegar al maravilloso final del primer acto, en donde el vals triunfa plenamente. La impresión es idéntica en el segundo acto: primero la danza folclórica, seguida de la delicada Vilia-Lied y del dúo del Galán, de la tonada del Pavillon, de la romanza de Camille y de ese final endiablado, sin olvidar el septeto-marcha de las modistillas, que ofrece el famoso vals «Hora exquisita», en el que el violín solo, asociado a las voces, consigue emocionar hasta a los oyentes más endurecidos.
Lehár no sólo era un magnífico melodista, sino que, en comparación con los compositores de opereta, estaba inusualmente bien dotado técnicamente. El grado de desarrollo de su estilo musical fue probablemente único para un compositor de opereta.
Mientras que sus primeras obras se distinguen por un brillante fondo melódico, las últimas destacan más por su ambiciosa escritura vocal, con las canciones de Tauber en el centro.
Al igual que el joven Johann Strauss, tenía la habilidad de dar a las melodías un giro inesperado pero natural. Aunque el vals era la pieza central de sus operetas, era un vals más tierno, oscilante y sensual que el que había caracterizado a la generación anterior de compositores de vals.
En contra de lo que era habitual es su época, Lehár orquestaba sus propias obras, lo que hacía con notable habilidad e imaginación, habiendo aprendido de las innovaciones de Dvorák, Debussy, Puccini y Richard Strauss.
Le gustaba especialmente plasmar el color local y también era un excelente violinista y por ello aprovechaba con entusiasmo la oportunidad de hacer solos de violín (en Zigeunerliebe, Die blaue Mazur y Paganini, por ejemplo), y el violín solista era siempre una característica particular para realzar la sensualidad de sus valses de escenas de amor.
¿Quién puede resistirse al encanto de las melodías de ‛Der Graf von Luxembourg’, de ‛Paganini’, de ‛Der Zarewitsch’, de ‛Friedericke’, de ‛Das Land des Lächelns’. de ‛Giuditta’?
Amantes de la ópera, confesad que las operetas de Lehár son vuestro vicio secreto... o no tan secreto.